Caracas es cualquier vaina. Hay dos formas de ver esto: la primera seria asociarla con la primera serie de conceptos que cualquier venezolano entiende por dicha frase: la mediocridad, la repetición, la ordinalidad (y sus ramas lingüístico-sociales). La segunda forma sería cualquier vaina refiriéndose al sentido más literal de la frase, es decir, cualquier cosa. Caracas puede ser la Nueva York de West Side Story o puede ser la Nueva York de Spawn. Las posibilidades están únicamente limitadas por lo que el mismo caraqueño sea capaz de imaginar.
Ahora, lanzándome de jeta hacia los imaginarios más creativos, podemos ver desde las nostalgias más insensatas hasta los intentos de antagonismo social más hediondos, a lo Lacan, donde más de uno casi se masturba pensando en cuales serán las condiciones que lo llevarán a convertirse en mártir del “sentido común”. Sin embargo, el gran problema de las posibilidades caraqueñas, anteriores, actuales y futuras es que en ninguna la soledad es capaz de aparecer. Hasta el más “perseguido” revuelve su historia alrededor de las masas; su manifestación de “soledad” existe como móvil vindicativo, estrictamente existe en relación a los demás. Pero parece que esta ciudad no permite manifestar lo que verdaderamente puede ser: una ciudad solitaria. No la “soledad” de rechazo o de no tener con quien hablar. No la soledad de ver lugares públicos o semipúblicos vacíos. No la soledad de tener a amigos y familiares en otras narrativas. Esta era la soledad en su versión más real y, por ende, indescriptible.
Ese era el problema de nuestro escritor, que tenía dos versiones de su proyecto literario ensanwichadas, aunque ni él sabía el porqué, pudiendo sentir lo real de la soledad caraqueña. Sabía que la soledad se podía manifestar, pero estaba limitado a ejemplos, y no solo el límite en si causaba un gran daño a su caso, si no también el hecho de que la soledad que estaba buscando para su proyecto literario, o para si mismo, no estaba atada a calificaciones. Era algo que hacía sentirle como si le hubieran abierto la piel con ganchos oxidados, pero no quitaba el privilegio que portarla tenía, el privilegio de esa comodidad que solo aceptarla daba. Después de ese desvío, volvió pasar por la tertulia de tener que limitarse a ejemplos, como los cristofués. Las guacamayas eran de la Caracas que no dejaba de pensar en los demás, ya formaban parte de la realidad, ya eran uno de esos detalles que no valía la pena especificar por su obviedad. Sin embargo, los cristofués acompañaban esos espacios de transición, donde siempre tuvo el desgraciado privilegio de prestarle atención a su canto. Podría escribir sobre eso, dijo mientras se perdía uno de sus cantos en la densidad del atardecer, pero inmediatamente se dio cuenta de la falla de este acercamiento. Antes de desglosarlo, pensó en otro ejemplo que había pasado desapercibido. La densidad del aire. Quién coño siente el aire denso, expresó con unas pequeñas gotas de rabia. Irónicamente si esta fuera la forma correcta de expresar la soledad, sería el mejor ejemplo porque efectivamente, quién coño siente el aire denso. El tema es que, en uno de esos ejemplos, puede haber alguien que por mera casualidad y de forma propia, coincida. Eso quebraría toda la magia, el glamour, la intimidad de la soledad. El ejemplo queda expuesto y se convierte en algo común, en todo su derecho de ser prostituido al servicio de unas dicotomías sin lugar y sin amor. Al primer desgraciado que se digne de identificar a un cristofué, si no lo había hecho antes, lo va a convertir en un símbolo de una de las cosas que hacen tan bella la soledad, no tener que lidiar con símbolos ajenos.
El ejemplo no representa a la soledad, en realidad, es la soledad, pensó en hacer esa su tesis. La frase anterior se había convertido en su hija, y decidió añorarla y protegerla como tal. Ningún buen padre piensa en exponer a sus hijos. ¿Te imaginas tener un hijo actor? Le mandó por mensaje a su novia. Por consiguiente, decidió desechar cualquier idea de escribir sobre eso. Esa era la soledad que encontraba en su ciudad. Si hablaba de ella, se convertía en tema de discusión político, psicológico o personal, ya era competencia de quien le diera la gana. El dolor de la soledad es reconfortante, se odió al pensar en ese cliché de mierda causante y consecuencia de ser víctima de la soledad. Pero entonces, se dio cuenta que no se refería a lo que estaba pensando inicialmente, que, si te pones a pensar, es una de estas “contradicciones” psicológicas, que, por no decir unidimensionales, se pueden sacar con un simple razonamiento lógico. Se refería a que la soledad era esta dimensión en donde verdaderamente uno podía ser uno y todo lo que implicaba. Nuestros padres decían que en la vida hay cosas buenas y cosas malas, y por más simple y conformista que suene, no puede ser más verdad. ¿Ven como escribió conformista ahí? Eso es lo que pasa cuando la soledad que no aprende decide asomar su cabeza, por lo menos sus ojitos. Es la falla de explicar con palabras lo absoluto de la soledad, que es dolor y bendición al mismo tiempo si es que existiera el tiempo en donde existe la soledad. Se convierte en algo turístico casi, dijo acordándose de Borges. La mejor forma de escribir de la soledad, es no escribir sobre ella, dijo resignándose con una sonrisa. Narrativa de la soledad nombró el documento.